Parashat Vaieshev, Génesis 37:1-40:23

 

“Estas son las generaciones de Yaacov. Iosef a la edad de diecisiete años pastoreaba con sus hermanos”. (Gén 37:1)

 

De este primer versículo de la Parashá en el cual se yuxtaponen los nombres de Yaacov y Iosef, el Midrash establece la similitud de eventos entre la vida de Yaacov y la de su bienamado hijo Iosef.

Como señala Rashi en su afamado comentario, el versículo atribuye las generaciones de Yaacov a Iosef.  En efecto, existe un estrecho paralelo entre ambas experiencias de vida.  Tanto Yaacov como Iosef nacen de madres que por un tiempo prolongado no pudieron concebir; tanto el padre como el hijo fueron odiados por sus hermanos; tanto uno como el otro fueron los hijos favoritos de sus padres; ambos prosperaron, criaron sus familias y murieron en la diáspora.  Y ambos fueron soñadores.

Pero el paralelo continúa con momentos muy destacados en la vida de ambos.

Ambos personajes tuvieron que atravesar experiencias cruciales de transformación, que implicaron no solo un cambio de nombre sino de carácter.

Ambos fueron capaces de desarrollar al máximo su potencial espiritual, logrando así una notable nobleza interior, algo que los convierte en verdaderos paradigmas de entereza y perseverancia.  En la vida de Yaacov ourrió en esa trascendental noche, luego de su contienda en el cruce de Yabok, y en la de Iosef, en el emotivo abrazo de reconciliación con sus hermanos.

Tanto padre como hijo se enfrentaron a Dios y a seres humanos, y aun golpeados, pudieron salir victoriosos después de la lucha.

La grandeza de Yaacov no reside en su buena fortuna en el mundo material, sino en su capacidad de transformarse de Yaacov, quien “suplanta” y se hace pasar por otro, a Israel, el “Príncipe de Dios”.

La grandeza de Iosef no estriba en que fue el primer judío que llegó a la posición más encumbrada en el reino de Egipto, sino en su mutación personal de niño mimado y narcisista, en un ser maduro, capaz de reencontrar a sus hermanos y alcanzar el arrepentimiento y el perdón.

Tanto uno como el otro fueron capaces de confrontar su pasado, atravesar serias pruebas y salir airosos.  Sus vidas paralelas sugieren que existe una dimensión de superación en cada uno, pero que a menudo se requiere de un gran obstáculo, para que la misma se haga realidad con toda su fuerza.

Iosef logró su elevación espiritual solo después de ser arrojado al pozo.  Como señala el rabino Soloveichik, “la santidad no es un paraíso sino una paradoja”.

La adversidad nos llega a todos y a cada uno; no hay hogar en el mundo que esté exento de dolor y sufrimiento.  Pero como se dice, no tenemos control sobre las cartas que nos tocan en suerte, pero sí manejamos la forma de jugar con ellas.

El eminente psicoterapeuta y sobreviviente del Holocausto Víctor Frankl, describiendo sus años en un campo de concentración, escribió que los nazis  pudieron torturar su cuerpo y dañarlo físicamente.  Ellos pudieron controlar cada uno de sus movimientos, pero hubo una parte de él que jamás pudieron controlar: el modo en que él sería capaz de responder a su circunstancia.

Es cierto.  El verdadero test de carácter está en la forma en que respondemos a las pruebas de la vida.

Rabino Daniel A. Kripper

Beth Israel Aruba


Viaja a Israel desde Madrid por El-AL