Parashat Miketz, Génesis 41:1-44:17
“ Y sucedió al cabo de dos años: el Faraón soñó y he aquí que estaba parado sobre el río, y he aquí que del río emergieron siete vacas de hermosa apariencia y carne robusta, y pastaban en los pantanos. He aquí que emergieron otras siete vacas del río, de mala apariencia y carne magra; y se pararon junto a las vacas en la orilla del río. Las vacas de mala apariencia y carne magra se comieron a las siete vacas de hermosa apariencia y carne robusta, y el Faraón se despertó..."
Al comienzo de nuestra parashá, Paró (el Faraón de Egipto) sueña dos célebres sueños: siete vacas gordas se comen siete vacas flacas y siete espigas delgadas se comen siete espigas robustas. Ninguno de los sabios egipcios es capaz de interpretar los sueños del Faraón, mas nuestro héroe Iosef, quien en ese momento se encontraba en la prisión, sí puede hacerlo. No solamente puede explicarle a Paró el significado de sus perturbadores sueños, sino que aún sin haber sido consultado al respecto, le presenta un plan maestro para administrar eficientemente el Imperio Egipcio, ante el futuro amenazante que se cernía sobre él. El Faraón reconoce la suprema sabiduría de Iosef (aunque el mismo Iosef se la atribuye a Dios) y lo nombra como su mano derecha y administrador de todo el reino.
En este pasaje, admiramos en Iosef su conocimiento, su fe y su magistral destreza para expresarse, pero también reconocemos ampliamente su enorme valor para aprovechar la oportunidad única en su vida de estar frente al Faraón. Él podría haberse quedado satisfecho con interpretarle el sueño, y posiblemente hubiera hallado gracia a los ojos del Faraón por su correcta interpretación. Mas sin embargo se toma el atrevimiento de adelantarse a una eventual consulta, que posiblemente nunca se hubiera llegado a efectuar, y se presenta no solo como un sabio intérprete, sino también como un líder y estadista. Solo un hombre de gran valor pudo haber reaccionado así, alguien que no solo esperaba una oportunidad, sino que estaba dispuesto a conseguirla a fuerza de sabiduría e intuición.
Una actitud similar a la de Iosef vemos en los héroes de otra historia que contamos esta semana: me refiero a los Macabeos y la historia de Jánuca. Pero antes de ofrecerles la comparación, permítanme presentarles una curiosa pregunta con respecto a esta festividad que estamos celebrando.
Como todos sabemos, en Jánuca recordamos “el milagro del aceite”, Cuando los macabeos llegaron triunfantes al Templo de Jerusalem y se dispusieron a reinaugurarlo, se encontraron con que había quedado allí un solo tarro del aceite especial utilizado como combustible para mantener encendida la Menorá, el candelabro de siete brazos que estaba en el Templo. La encendieron de todas formas, y milagrosamente este aceite duró para ocho días, tiempo suficiente para que pudiera fabricarse nuevamente el preciado aceite. Esta historia sirvió de base para que más adelante los sabios fijaran que durante ocho días festejemos Jánuca (literalmente inauguración) encendiendo un candelabro de ocho brazos.
Ahora bien, si lo piensan detenidamente, el primer día en que estuvo encendida la Menorá cuando los macabeos reinauguraron el Templo, era lo que todo el mundo esperaba que ocurriese. Por lo tanto, el primer día no puede considerarse un milagro el hecho de que el fuego estuviera encendido. Si así lo piensan, el milagro de Jánuca duró solamente siete días, y no ocho. Por eso, la pregunta curiosa a la que me refería más arriba es ¿por qué festejamos Jánuca durante ocho días, si el milagro duró nada más que siete?
Una respuesta por demás interesante brinda el Profesor y Rabino David Hartman (en el libro “A Different Light”, de Noam Zion y Barbara Spectre, Dvora Publishnig, 2000): él dice que el primer día también ocurrió un milagro, que fue el milagro del coraje humano, que se atreve a comenzar obras importantes, a pesar de no saber si va a tener éxito.
El Templo estaba impuro, y antes de reinaugurarlo los macabeos debían asegurarse de que todo estuviera en condiciones de pureza nuevamente. Muchos deben haber pensado en ese momento de incertidumbre: “¿para qué encender la lámpara si sabemos que se va a apagar antes de que todos los trabajos de purificación y preparación hayan sido concluidos? ¿Por qué no esperar a tener una cantidad de aceite suficiente que arda por un tiempo prolongado, mientras se terminan los trabajos?” Sin embargo, un grupo de valientes y visionarios insistió en que había que encender laMenorá del templo de una vez, esa era su oportunidad de oro. Por eso es que, según Hartman, celebramos Jánuca durante ocho días: el primer día recordamos el milagro del coraje y la determinación humanos, mientras que los restantes siete días conmemoramos el milagro divino.
A veces, por esperar a que las condiciones sean las ideales, perdemos nuestras mejores oportunidades. Por querer que todo esté calculado y previsto, dilapidamos las chances que la vida nos da. Un ejemplo excelente de la actitud contraria es el de la Declaración de la Independencia del Estado de Israel, en mayo de 1948. En esos días, mucha gente pensaba que era precipitado declarar la independencia, que había que esperar a tener un ejército más fuerte, que había que esperar a que el mundo reconociera más firmemente a Israel, que había que esperar a que los judíos del mundo se volvieran más activamente sionistas, etc. Sin embargo, una valiente minoría del pueblo judío se atrevió y proclamó el renacimiento del Estado de Israel, un orgullo para todos los judíos del mundo. No por nada se suele llamar a los hoy históricos líderes sionistas de ese entonces como los “modernos macabeos”. Tanto los macabeos como los hacedores del Estado de Israel aprovecharon su oportunidad al máximo. Ambos fueron capaces de “tomar el toro por las astas”, de lanzarse a conquistar un ideal a puro coraje y pasión, aún cuando las condiciones no parecían las más favorables para conseguir un éxito.
El milagro de Jánuca no es solo el de las candelas que ardieron más de lo que se esperaba, sino el del espíritu humano, que apuesta por un futuro mejor, aun cuando no lo tiene asegurado. Esa fue también la actitud de Iosef el hebreo, pobre e injustamente privado de libertad, que con inteligencia, astucia y coraje, se arrojó de cuerpo entero a la gran oportunidad que se le presentó… casi milagrosamente.
La fiesta de Jánuca nos alienta a seguir trabajando y emprendiendo nuevos proyectos, con fuerza y valentía, aunque muchos crean que no tendremos éxito. ¡Sigamos adelante!
¡Shabat shalom y Jag Urim Saméaj!
Rabino Rami Pavolotzky
Congregación B´nei Israel
San José,Costa Rica
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