
La Mishná nos enseña que el año tiene cuatro Años Nuevos, cada uno marcando un ciclo de tiempo y propósito distinto: “Hay cuatro Años Nuevos: el primero de Nisán es el Año Nuevo para los reyes y las festividades; el primero de Elul es el Año Nuevo para el diezmo del ganado; el primero de Tishrei es el Año Nuevo para los años, y el primero de Shevat es el Año Nuevo para los árboles, según la escuela de Shamai. La escuela de Hilel dice: el quince de Shevat” (Rosh Hashaná 1:1).
Anoche, más de 40 personas se reunieron en nuestra sede para celebrar el séder de Tu BiShvat, compartiendo un momento de conexión con nuestra tradición y con la Tierra de Israel. En un ambiente cálido y festivo, degustamos los frutos que nos recuerdan nuestras raíces y renovamos nuestro compromiso con la naturaleza y el pueblo judío.
Es significativo que celebremos este momento en pleno invierno, cuando los árboles a nuestro alrededor aún están desnudos, la tierra parece inactiva y la primavera se siente lejana. Sin embargo, nuestros sabios entendieron que incluso ahora, cuando todo parece quieto y congelado, la renovación ya está en marcha. Bajo la superficie, en lo profundo de los árboles, el proceso de renacimiento ha comenzado. La savia asciende, la vida comienza a agitarse y la promesa del fruto ya está presente, aunque todavía no se vea.
Rav Kook, el primer Gran Rabino Askenazí del Israel preestatal, veía Tu BiShvat como una oportunidad para reflexionar sobre nuestra conexión con la Tierra de Israel y nuestras raíces espirituales. Así como un árbol extrae nutrientes de la tierra para crecer y florecer, el pueblo judío debe mantenerse arraigado en su herencia, obteniendo fortaleza del pasado para construir un futuro vibrante. Al comer los frutos de la tierra en esta festividad, reafirmamos simbólicamente nuestra conexión con ella, recordándonos que incluso los actos más pequeños pueden sembrar semillas de renovación profunda.
Así también ocurre con nosotros como pueblo en este tiempo. Durante meses hemos atravesado oscuridad, dolor e incertidumbre. Sin embargo, poco a poco, somos testigos del regreso de nuestras hermanas y hermanos desde la oscuridad de Gaza, del lento pero constante resurgir de la esperanza, de la resiliencia que pulsa dentro de nosotros, incluso cuando no es inmediatamente visible.
Nuestra propia comunidad ha sido testigo de este potencial que, a veces, permanece oculto hasta que se manifiesta en toda su grandeza. La compra de nuestra sede es un ejemplo de ello: un sueño que, por mucho tiempo, parecía lejano, pero que, con visión, esfuerzo y compromiso, se hizo realidad. Lo que una vez fue solo una posibilidad latente, hoy es un hogar espiritual vibrante, un espacio de encuentro y crecimiento para todos nosotros.
Que este tiempo de renovación nos fortalezca como comunidad y como pueblo. Que podamos encontrar esperanza en los ciclos de la vida, en la certeza de que la oscuridad del invierno nunca dura para siempre y que días más luminosos están por venir.
Rabino Mario Karpuj