Iosef es el hombre mas poderoso de Egipto. Sus hermanos aun no lo saben.
En una jugada estratégica, acusa (falsamente) a su hermano Biniamin para poder retenerlo.
Nuestra porción semanal de la Torá comienza con el dramático momento en que Iosef ordena retener a su hermano. El resto puede regresar a su casa con su padre Yaakov, pero el mas pequeño debe quedar cautivo.
Ante esta situación, el único de los hermanos que se juega por completo para evitar tal tragedia es Yehudá, quien argumenta que su padre anciano no podrá soportar que regresen sin el menor de sus hijos. Luego de tantos años de haber perdido a su amado hijo, el propio Iosef, quien a ojos de su padre estaba muerto, el corazón de Yaakov no soportaría un golpe similar.
¿Por qué el único que reacciona con tanta vehemencia es Yehudá?
El texto es claro al respecto, el mismo Iehuda se encarga de aclarárselo al ministro de Egipto, a Iosef:
“porque tu sirviente (Yehudá) fue garante por el joven frente a mi padre, diciéndole que si no lo devuelvo a ti, pecaré a mi padre todos los días”.
El compromiso que había asumido Yehudá frente a su padre fue tan fuerte, que le aseguró que si no traía de vuelta a Biniamin, estaba dispuesto a entregar su propia vida.Yehudá recibió sobre sí la responsabilidad ante cualquier tipo de eventualidad que sucediera.
Dentro de cada uno de nosotros encontramos fuerzas ocultas que ni siquiera nosotros mismos conocemos. Si tomáramos conciencia de ellas podríamos realizar muchas cosas que ni siquiera imaginamos.
Si Yehudá no hubiera tomado la responsabilidad que asumió ante su padre sobre la integridad de su pequeño hermano, seguramente no habría tenido la fuerza de enfrentar a Iosef como lo hizo, y se hubiese sentido exceptuado de salvar a su hermano, argumentando que no podía contradecir y enfrentar a la persona más importante de Egipto.
La actitud de Yehudá nos enseña que dentro de cada uno se encuentra esa fuerza indomable para alcanzar nuestro propósito,
no hay nada que sea imposible, sólo depende de nuestra voluntad.
Shabat Shalom.
Con cariño y afecto.
Rab Fernando Lapiduz.
Congregación Masorti Bet-El, Madrid.