Esta semana nos encontramos nuevamente con un texto que tiene en su centro la vida de Abraham Avinu, nuestro primer patriarca.
Varios eventos concentran la atención del lector, pero de todos solo quiero enfocarme en dos episodios: por un lado la decisión de Ds de destruir Sodoma y Gomorra, y por el otro Akedat Itzjak, el sacrificio, fallido, del hijo amado de Abraham.
En estos dos episodio el dialogo, o su ausencia, concentra el foco de atención.
Normalmente, cuando nos vemos enfrentados a situaciones de conflicto, una de las herramientas mas importantes para superarlas es el diálogo. No solo lo podemos apreciar en nuestra Parashá y en el Tanaj, sino que igualmente los griegos lo situaban como un camino para llegar al conocimiento del mundo. Es más, el filósofo Sócrates lo puso en el centro de su enseñanza y como única vía de acceder a la naturaleza humana.
El dialogo, que es tan característico en el pensamiento judío hasta nuestros días.
En el primer caso encontramos en nuestra parasha que Abraham escucha la noticia de que Ds va a destruir a Sodoma y Gomorra. ¿Qué es lo que hace Abraham, un hombre común, un simple ser humano? Comienza a dialogar con Ds. Le dice:
«…¿Acaso habrás de aniquilar al justo junto al impío? Tal vez haya cincuenta justos en la ciudad; ¿acaso también aniquilarás – y no perdonarás a la comarca – por la causa de los cincuenta justos que hay en ella? Sacrilegio sería ante Ti, el hacer tal cosa: matar al justo junto al impío… Dijo Adonai: Si hallare en Sedom cincuenta justos – en medio de la ciudad – perdonaré a toda la comarca, por la causa de ellos».
Continúa esta «negociación»: ¿y si hay 40? ¿y si hay 30? ¿y si hay 10?
“Dijo Ds: no destruiré, por la causa de los diez”.
Abraham negocia con Ds, dialoga vehementemente con Él, y finalmente logra que por diez Tzadikim no sea destruída toda la población y la comarca. Cosa que, sabemos, nunca sucede pues no aparecen esos 10 Justos. Sin embargo me quedo con la Jutzpá y la ferrea voluntad de Abraham de llevar a cabo esta negociación con el mismo Ds.
Por el otro lado nos enfrentamos con el durísimo relato de Akedat Itzjak, el sacrificio de Abraham a su hijo, el de la ancianidad, el anhelado milagro, tanto de él mismo como de su esposa Sara.
Abraham cumple la orden de Ds. Cito palabra por palabra lo escrito en la Torá para ser fiel al drama reflejado en el relato:
“Y llegaron al lugar que le había dicho Elohim, erigió allí Abraham el altar y dispuso la leña; ató a Itzjak y lo puso sobre el altar, encima de los leños. Extendió Abraham su mano con el cuchillo para inmolar a su hijo. Mas el angel de Ds le llamó desde los cielos y dijo: No extiendas tu mano contra el niño y no le hagas nada, pues ahora Yo me apiado, pues no Me has negado ni a tu hijo — a tu único”.
Luego de recibir Abraham la promesa de bendiciones por haber superado esta prueba, sigue mas adelante el texto diciendo:
“Volvió Abraham hasta sus mozos y se aprestaron y partieron juntos hacia Beer-Sheva.
Y Abraham se asentó en Beer-Sheva”.
¿Asi terminó todo? ¿Después de esta experiencia tan traumática para ambos, solo se van y sigue cada uno su vida? ¿Por que la Torá se queda en silencio?
El gran Abraham Avinu, que discutió con Ds para salvar la vida de una población de transgresores ¿no tenía nada que hablar con su hijo cuando regresaban por el camino, después que intentó sacrificarlo?
El Judaísmo es una cultura del dialogo, entre el hombre y Ds, entre el hombre y su prójimo, entre el hombre y los textos. Pero todo esto parte desde el dialogó profundo, a veces difícil, entre el hombre y su ser intimo.
Podemos dialogar con Ds. Podemos dialogar, interpretar, estudiar la Tora y nuestros textos milenarios. Podemos incorporar espacios de dialogo con el prójimo. Y creo que eso es una de las cosas especiales que tiene el Judaísmo.
Abraham nos enseña un modelo, que aun cuando estemos o no de acuerdo con un tema, podemos hablarlo con nuestro Padre Divino. Y ese concepto nos enseña en realidad que, a pesar de la gran diferencia que existe entre Ds y el ser humano, aun así el hombre tiene la neshama que le permite comunicarse con Ds en forma directa, sin necesidad de intermediarios. Ese es el modelo que Abraham nos enseña.
El mismo modelo nos transmite lo imprescindible de habilitar espacios de dialogo con nuestros semejantes, aunque nos resulte difícil. !Y especialmente cuando nos resulta difícil!
Y claro que para dialogar con Ds tenemos que primero dialogar con nosotros mismos.
Y seguramente de allí proviene la dificultad del patriarca de dialogar con su propio hijo en una situación tan traumática. Porque dialogar con nuestro hijo es de alguna manera enfrentarnos a nosotros mismos pues es nuestro mejor espejo. Y allí radica la dificultad. Es más fácil conversar y discutir con los otros, incluso con Ds mismo, que con nosotros y nuestro ser.
Sin embargo tenemos mucho que aprender de aquí, del legado de Abraham. Un ser humano común, con sus cosas humanas, en las que nos podemos ver reflejados, y con todas sus grandezas, a las que tenemos que aspirar.
Dedico este comentario a la bendita memoria de Itzjak Rabin Z”L en el 26° aniversario de su asesinato por perseguir un espacio de dialogo y buscar la paz.
Con cariño y afecto,
Shabat Shalom.,
Lic. Fernando Lapiduz.
Guía Espiritual y referente rabínico,
Comunidad Masorti Bet El, Madrid.