Uno de los temas principales en esta parasha es la Kashrut, o sea cuales son los animales, las aves, los peces que podemos consumir, y cuales son aquellos que están prohibidos.
La Torá dedica muchos párrafos a explicar cuales son las normas que nos permiten comer un animal, y realmente es estricta en cuanto a la definición exacta, en algunos casos, de las características físicas de los animales permitidos, como también en señalar con «nombre y apellido» a aquellos prohibidos.
A mí personalmente me gusta mucho entender el concepto de la Kashrut en un paralelismo muy interesante que nos enseñaron nuestros sabios: entre lo que nosotros sacamos de nuestras bocas y lo que nosotros introducimos en ella.
El Judaísmo otorga mucha importancia a lo que nosotros sacamos de nuestras bocas, a las palabras que pronunciamos, las palabras tienen valor, pueden construir mundos o destruirlos. Nuestra Tradición, luego de la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén, fue reconstruida prácticamente alrededor de la palabra. Y por lo tanto tenemos, por ejemplo, las leyes de Lashón Hará, porque cuando sacamos de nuestras bocas palabras que son malignas para nuestro prójimo, o que pueden afectarlo, a pesar de no ser dañinas, eso puede destruir su mundo. E incluso el nuestro y otros.
Pero vienen en este parasha las leyes de Kashrut y nos enseñan que también los animales que consumimos, e introducimos desde el mundo exterior a nuestro mundo interior, también pueden construir o a veces pueden destruir. Es muy importante lo que ingresamos a nuestro interior, a nuestro Santuario, pues va a formar parte de nuestro cuerpo, va a conformarlo, y también a nuestra Neshamá, nuestra alma.
Hay un paralelismo entre el mundo físico y el mundo espiritual y emocional que tenemos.
Y por ese motivo, para lograr ese paralelismo, para mantener la armonía entre el aspecto físico y material con el espiritual y emocional en nuestra vida, nos entrega la Torá una serie de leyes que debemos cuidar a la hora de alimentarnos.
De cada uno depende interpretarlas como una pesada carga o tomarlas como una oportunidad y una herramienta que nos regala nuestra Tradición para mejorarnos a nosotros y a nuestro entorno.
Con cariño y afecto.
Shabat Shalom.
Fernando Lapiduz.
Referente Rabínico de la Congregación Masorti Bet-El, Madrid.