En Shemot Rabá hay un hermoso Midrash que compara a Am Israel con una vid: de la misma manera en que las ramas brindan el fruto a las nuevas uvas, aguantando el peso de las ramas muertas, el Pueblo Judio junto a las nuevas generaciones se mantienen por el ejemplo y la memoria de nuestros antepasados que no están fisicamente entre nosotros.
Esta semana nos confrontamos con uno de los capítulos de la Torá mas conocidos, Parashát Ki Tisá, y en él, el episodio del becerro de oro.
Moshe asciende al Har Sinai a recibir los Diez Mandamientos, dicen nuestros Sabios, la misma Tora de manos del Creador. Evento único y supremo en la historia. El pueblo entero, las almas de entonces y las almas futuras, siendo testigos…
Mientras tanto, ante la supuesta demora de Moshe en bajar del monte, el pueblo se desespera y construye un becerro de oro para rendirle culto. ¿Cómo es posible que hayan caído tan bajo luego de haber sido testigos de los mayores milagros para su liberación de la esclavitud?
Ante un pecado tan enorme, conocido como Jet Haeguel, Ds decreta la destrucción de la nueva nación, para poder crear una nueva a partir de Moshe y los suyos.
Sin embargo el gran líder Moshe Rabeinu nos sorprende pues, superando sus inconvenientes para hablar, se planta frente al Kadosh Baruj Hu y reclama misericordia Divina para su pueblo:
“Recuerda a Abraham, a Itzjak y a Israel, Tus servidores, a quienes les juraste, por Ti, y les hablaste a ellos: Acrecentaré vuestra descendencia cual estrellas de los cielos. Y toda esta tierra que yo dije: Habré de dar a vuestra descendencia y la poseerán a perpetuidad. Y se arrepintió Adonai por el mal que había hablado para hacer a Su pueblo”.
Moshe trae delante del Creador lo que conocemos como Zejut Avoteinu, la memoria y respeto hacia nuestros antepasados, la referencia a los méritos, en este caso, de nuestros Patriarcas. El recuerdo de las virtudes y las buenas acciones de los primeros Patriarcas iba a jugar un papel fundamental en el cambio de opinión por parte del Cielo en su decreto. Los pecados de esa generación debían ahora ser considerados a través de los lentes de los méritos de nuestros antepasados.
Nosotros hacemos lo mismo muchas veces en la liturgia y la cultura judía, forma parte de uno de los ejes de la misma. Por ejemplo: tres veces por día rezamos la Amidá, la plegaria silenciosa. Al comenzarla, antes de pedir o agradecer o suplicar o alabar, abrimos con las palabras “Bendito eres Tú Ad-nay, Ds nuestro y Ds de nuestros padres, Ds de Abraham, de Itzjak y de Iaakov…”. Recién después de haber traído a la memoria los méritos de nuestros Patriarcas, y algunos también de nuestras Matriarcas Sara, Rivká, Rajel y Lea, podemos comenzar la Amidá. La plegaria más importante.
El gran líder Moshe nos da una gran lección, no olvidar de donde venimos, ser conscientes de nuestras raíces, recordar y honrar a nuestros antepasados, quienes surcaron los caminos para que nosotros podamos recorrerlos con menos riesgo cuando son peligrosos, y hacerlos posibles cuando se nos aparecen como imposibles.
Con cariño y afecto te deseo Shabat Shalom.
Lic. Fernando Lapiduz
Guía espiritual y Referente Rabínico
Congregación Masorti Bet-El, Madrid.