Iván Gaztañaga González
(Originalmente publicado en El País 27-01-2022)
Claudio Desbois fue un soldado francés de 18 años hecho prisionero de guerra y enviado al campo de concentración nazi de Rawa Ruska, cerca de Lviv (Ucrania). Allí contempló el infierno. Años más tarde regresó para una conmemoración y preguntó al alcalde sobre el paradero de los judíos del pueblo que él había visto. Se adentraron en el bosque y le revelaron cómo fue el baño de sangre contra la comunidad judía y dónde estaban sus cuerpos. Hoy su nieto, Patrick Desbois, es el fundador de la ONG Yahad In Unum que significa Juntos en uno, en hebreo y latín. Su objetivo desde hace 20 años es rescatar testimonios sobre qué ocurrió con judíos y gitanos en los antiguos territorios de la Unión Soviética ocupada por el Tercer Reich alemán entre 1941 y 1944.
Se conoce como Shoah por balas al fusilamiento en masa de judíos durante días y noches en sus propios pueblos y ciudades que convergió en el exterminio casi total de su población, ante la mirada de algunos vecinos que hoy son nonagenarios y que pueden ser testigos. Unos 3.000 hombres componían los escuadrones de la muerte, los llamados Einsatzgruppen, que con sus armas y violencia extrema sepultaron la vida de unos dos millones de ciudadanos judíos de Rusia, Ucrania, Bielorrusia, Moldavia, Estonia, Lituania y Letonia. Tenían una clara misión: asesinar a judíos y a gitanos que ya habían sido privados de ciudadanía y despojados de identidad, borrando todo rastro de sus culturas.
La Shoah por balas puede identificarse por el modus operandi de los asesinos. Primero seleccionaban un pueblo, avisaban a las autoridades soviéticas con la intención de que algunos vecinos cavaran una fosa por la noche y tuvieran identificados a todos los judíos. Al día siguiente, los Einsatzgruppen sacaban a los judíos de sus casas, se los empujaba caminando hacia las afueras del pueblo, hasta un barranco, un bosque o el cementerio. Se les forzaba a desnudarse y se los fusilaba mientras algunos vecinos contemplaban la imagen sabiendo cuál sería el desdichado destino de todos ellos. Es más, a veces se pedía a las mujeres del pueblo que cocinaran para los asesinos una vez terminada la masacre.
Yahad In Unum ha recopilado más de 8.000 relatos personales. Estos testimonios son cruzados con dos tipos de fuentes para ser verificados: las pistas encontradas en el Archivo Federal de Alemania (en Coblenza) y los datos de los archivos soviéticos de la Comisión Extraordinaria (en Moscú). Una vez que la limpieza étnica estaba efectuada, los Einsatzgruppendeclaraban a esa localidad como Judenfrei, libre de judíos, e informaban rápidamente a Berlín. Así que estas ejecuciones han quedado por escrito en miles documentos del III Reich. El archivo soviético es monumental y examinan meticulosamente unos 16 millones de registros manuscritos donde se encuentran nombres, estadísticas de población, fechas, localización de las fosas comunes o incluso herramientas utilizadas para cavar las fosas y remover la tierra.
En Europa del Oeste se creaban paralelamente los campos de concentración y exterminio nazis lejos de las grandes ciudades, escondidos para no ser descubiertos. En el caso de la Shoah por balas, las atrocidades como los fusilamientos, los ahorcamientos o las palizas contra los judíos y sus posteriores enterramientos se producían en cualquier momento del día pues el macrocrimen antisemita ya no era punible.
Hay un dicho ruso que reza que “la guerra no está acabada hasta que el último soldado sea enterrado”, frase que muchos testigos repiten durante las entrevistas porque parece que desean liberarse de la culpabilidad y traumas de la guerra. Ahora señalan lugares de ejecuciones masivas que permanecen camufladas en la naturaleza. Recuerdan nombres de sus amigos y vecinos, sus edades o sus profesiones. Tras 195 viajes de investigación sobre el terreno preguntando a testigos que no son judíos supervivientes, ni asesinos, Yahad in Unum ha podido localizar en el mapa 3.132 lugares de ejecución. El mapa elaborado coincide con dos regiones judías históricas de la Europa Central y del Este como son Galitzia y la llamada Zona de Asentamiento del Imperio Ruso.
Una vez corroborados los testimonios con las fuentes, sus historiadores, criminólogos y forenses buscan las zonas donde yacen los cuerpos y anotan las coordenadas GPS. La tradición judía no permite mover los cuerpos de lugar por respeto, pero aun así, pueden elaborar certeras estadísticas sobre cuántas personas reposan bajo tierra. Algunas fosas cuentan con decenas de muertos, otras como la de Babi Yar (en Kiev) superan la escalofriante cifra de 34.000 víctimas civiles inocentes ejecutadas en dos días.
En un mismo puñado de tierra pueden aparecer junto a las balas pertenencias de las víctimas de todas las edades, mujeres y hombres. Detrás de un broche enseñaba una profesora, detrás de un dreidl (una peonza de cuatro caras) jugaba un niño, detrás de un ejemplar del Talmud un estudiante rabínico ampliaba sus conocimientos, detrás de un vaso de kidush para la bendición del vino una familia recibía el shabat; una sinagoga, un pueblo, toda Europa.
La Shoah debe estudiarse y transmitirse mediante la educación y solo así podrá levantarse una barrera crítica y necesaria contra los presentes odios de antisemitismo y racismo.Iván Gaztañaga González Marco González, de origen guatemalteco, es el director de Yahad in Unum y ha coordinado exposiciones sobre la Shoah por balasen el Memorial de Caen (Francia), en los Museos del Holocausto de Illinois, Dallas y Cincinnati (Estados Unidos) y también en el Museo del Holocausto de Guatemala, y en el Museo Memoria y Tolerancia de México. Además, Yahad in Unum ha formado a profesores en España en colaboración con el Centro Sefarad Israel y trabajan en el norte de Irak socorriendo a la población yazidí perseguida por el ISIS desde 2014.
La topografía del terror debe quedar señalizada, remarcada como una advertencia para futuras generaciones, para luchar contra el antisemitismo, el racismo y crímenes de odio actuales. Europa debe afrontar la dolorosa verdad y ponerle rostro.