“Se asentó Iaakov en la tierra de las moradas de su padre, en la tierra de Kenaan. Estas son las generaciones de Iaakov: Iosef a la edad de diecisiete años pastoreaba con sus hermanos…”. Con estas palabras comenzaba Parashat Vaieshev el pasado Shabat, inaugurando la apasionante historia de Iosef, el vínculo con sus hermanos y su padre, su venta y su devenir en Egipto.
Desde el principio mismo, el relato y el Midrash dejan entrever ciertas similitudes y paralelos entre Iosef y su padre Iaakov: ambos nacieron de madres que, en un principio, no podían concebir, ambos eran odiados por sus hermanos y al mismo tiempo eran los favoritos de sus padres, ambos vivieron y murieron fuera de Israel, los dos tuvieron que atravesar una, por momentos, dolorosa transformación.
Lo que me gustaría rescatar es que, tanto Iosef como Iaakov, fueron capaces de trascender sus limitaciones personales en pos de un evidente mejoramiento y transformación personal.
Iaakov, luego de luchar con un enviado de Ds o con un angel (o con Ds mismo), emergió transformado, ciertamente herido fisicamente, pero dejando atrás al embaucador y dando lugar a Israel, el príncipe de Ds, el padre de una nación.
Por su lado, la gloria de Iosef no radica en ser el primer israelita en ocupar un lugar sumamente destacado en la potencia de la época (Egipto), sino en haber dejado atrás al joven narcisista, para convertirse en un ser humano capaz de superar los odios y las broncas de su juventud, permitiéndose cerrar las heridas del alma y abrazar con un abrazo de perdón y reconciliación a sus hermanos.
Ambos, Iaakov y su hijo Iosef, fueron lo suficientemente valientes y fuertes para superar sus propias limitaciones del pasado. Esas mismas limitaciones con las que todos nosotros lidiamos. Todas nuestras historias personales están plagadas de conflictos y tragos amargos, pero todos podemos ser como Iaakov o como Iosef y caminar la senda hacia la autorrealización sumando más luz a nuestras vidas. La clave es avanzar, progresar, superarnos, aunque a veces salgamos heridos.
Esta semana comenzó la anhelada Festividad de Januca, la Fiesta de las Luminarias. Seguramente Januca es tan esperada porque justamente su espíritu, que inunda nuestros hogares y corazones, es uno de mejoramiento, de ascensión y de optimismo. La práctica de la escuela de Hillel, que refleja el Talmud y que es aquella que practicamos hoy en día, es encender una vela adicional cada noche, empezar desde uno y llegar a ocho luces. Vamos sumando en luz, sumando en espiritualidad, mejorando, para mostrar la grandeza del milagro, que va en aumento.
Podemos aprender de la vida de Iaakov y Iosef y también de la gesta macabea un hermoso aprendizaje: durante toda nuestra vida, lo queramos o no, lo busquemos o no, tendremos delante nuestro el dilema de enfrentarnos con valentía y emuná a las adversidades, o dejarnos llevar por la corriente. No nos pasará una vez, nos pasará infinidad de veces. No te sucede solo a ti, me pasa también a mi, nos pasa a todos, vemos que sucede ya desde hace miles de años y quedó reflejado en el texto bíblico. Parafraseando la bendición que pronunciamos al encender la velas de Januca “bayamim hahem bazman haze”, en aquellos días y en nuestro presente.
Sin embargo muchas de las soluciones están en nuestras manos, tal como nos enseña Viktor Frankl, quien sobrevivió al infierno de los campos de concentración, a través de esta valiosa lección de vida: “Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias, para decidir su propio camino”.
En estas palabras vemos reflejados a Iaakov, a Iosef y a los Macabeos.
Quiera Ds que nos veamos también a nosotros mismos.
Januca Sameaj,
Con cariño y afecto,
Fernando Lapiduz
Guía Espiritual y referente rabínico
Comunidad Masorti Bet El, Madrid